No es una playa

Camila Florencia López
2 min readMar 28, 2021

Me recorrió una sensación como de volver a un lugar habitado, entrar a un shopping y darte cuenta que no es tan grande como creías cuando te perdiste y gritaste mamá. Volver a entrar a una casa a la que no fuiste nunca más, desde los cinco años. Sentarte en el arenero del jardín de infantes y mirar para los costados: no hay una playa, todo es más chico.

Así me sentí. Estaba en Café Urquiza y escuché una canción, esa fue la raíz del recorrido y de la sensación extraña. Busqué en algún lugar de la memoria de dónde venía, susurré “blanca y radian-te va la noo-via" y descarté que el recuerdo se base en mí cantando. No era mi voz. Googleé al artista y tampoco lo reconocía, ni de nombre, ni de cara. Permanece de alguna manera este dolor acá por una canción que no recuerdo, cantada por una voz que no identifico, escrita por un nombre que desconozco. Me faltó un poco el aire, prendí un cigarrillo.

Mi café se enfrió en la aventura de buscar, tomé un sorbo, entendí, lloré. Volví a sentir un frío-calor recorriendome. Pude ver en el reflejo de una ventana un dedo índice moviéndose, bailando una especie de vals, haciendo un rulo al ritmo de la canción del tele, de mi cabeza o de algún pasado y con las uñas a largadas, pintadas rosa viejo, con las arrugas que supieron funcionar como bolsillos para el heno de pravia. Tuve la suerte de poder ver las manos de mi abuela bailar, encontré a la cantante con la que además había soñado en esos días.

Estudiar los límites de la vida y la muerte me instala un sesgo para lo inexplicable, pero siempre de alguna manera termino en una misma idea: hay maravillosas formas de no morir (esta es una).

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